miércoles, 20 de febrero de 2013

La traslación de los restos de Rosalía Castro de Murguía (25 de Mayo, 1891)

En Mayo de 1891, casi seis años después de su fallecimiento, los restos mortales de Rosalía de Castro son trasladados desde el cementerio de Adina (Iria Flavia, Padrón) hasta la iglesia del antiguo convento de Santo de Bonaval, en Santiago de Compostela. Transcribimos a continuación la crónica de tal acontecimiento, tal y como apareció recogida en La Patria Gallega, en su edición de 30 de Mayo de 1891:

     "El hecho más elocuente, la demostración más palmaria de que los que habitan el Noroeste de España poseen como los de ninguna otra región, riquísimo caudal de energía y afectos que, para manifestarse, solo han menester de que suene el surge de nuestra bandera, tiénenla los escépticos, aquellos que juzgan los alientos de los demás por la propia pequeñez en el imponente festival que ha tenido lugar con motivo de la traslación de los preciados restos del primero de nuestros genios poéticos, de la nunca bien llorada Rosalía Castro de Murguía, desde el cementerio de Iria Flavia al mausoleo que Galicia le erigió en la hermosa iglesia de Santo Domingo de Santiago. Ni ha tenido igual, ni volverá tan presto a repetirse una manifestación de cariño tan espontánea, tan solemne y tan grandiosa como la que presenció la vieja Compostela los días 25 y 26 del presente Mayo.
     Aunque la prensa diaria local, cumpliendo como buena y reflejando el común sentir de este nobilísimo e hidalgo pueblo, siempre propicio a amparar toda idea grande y levantada, ha hecho ya minuciosa relación de tan insólita manifestación de duelo y cariño, vamos a reseñarla nosotros para satisfacer los naturales deseos de nuestros abonados y para que los varios relatos compongan a su hora una página más en la historia de las grandes solemnidades populares.

EN PADRÓN

     En el tren de la mañana del 25 de Mayo partió para aquel punto nuestro compañero de redacción don José Tarrío García, llevando, en unión de los señores don Manuel Núñez, don Carmelo Castiñeiras y don Juan Pereiro el penoso encargo de presenciar la exhumación de los venerandos restos de nuestra gran poetisa.
Pensamientos enterrados con Rosalía y extraídos del
ataúd en el momento de la exhumación de su cadáver.
Casa-Museo de Rosalía (Padrón)
     Acompañados dichos señores del discreto y atento alcalde de aquella villa, don Marcelino Varela, encaminándose a Iria, y previa la presentación al ilustrado párroco de la antigua Colegiata, don José Caamaño, de la autorización eclesiástica, se constituyeron en el cementerio. Señalado por ambos señores el lugar en que había sido inhumada, desempeño su oficio el sepulturero, y ¡poco después devolvía la tierra el preciado tesoro que seis años antes había recibido!
     Trasladado el intacto ataúd al lugar que en aquella necrópolis está destinado a depósito de los que han sido, se abrió su tapa, y en medio del respetuoso silencio que imponen las tumbas y de la natural sorpresa de cuantos presenciaban tan triste tarea, mostróse a nuestra vista el cuerpo de la llorada cantora de aquellos campos y de aquella iglesia, sin que las leyes que rigen las transformaciones orgánicas, hubiesen impreso en él la huella de una destrucción completa. A pesar del largo lustro transcurrido, aún la muerte no había logrado borrar los trazos de la forma; intactas las ropas, conservábanse frescas aún aquellas flores que seis años antes habían rociado lágrimas filiales, al depositarlas sobre el yerto cadáver las manos de cuatro pequeñuelos que así daban el adiós postrero a la que había sido carne de su carne y manantial inagotable de amor y de ternura!
     Un responso rezado con voz conmovida por el párroco y contestado por los testigos de aquella patética escena rompió el silencio de aquel sagrado recinto, y momentos después una fuerte tapa de zinc cerraba herméticamente el nuevo ataúd que había de guardar para siempre los helados despojos del más inspirado de nuestros vates regionales!
     A las cuatro de la tarde reunióse el clero de aquellos pintorescos contornos; presidiólo el cura; el alcalde señor Varela colocó sobre el féretro una corona que el pueblo de Padrón dedicó a su finada cantora; doblaron a muerto las campanas de la histórica sede iriense; rezóse un responso y, formado por numeroso concurso, púsose en marcha el fúnebre cortejo, que solemne y lentamente se fue alejando de aquel poético cementerio
c´os seus olivos escuros
de vella recordasón.
     Jamás se borrará de la memoria del que estas líneas escribe el recuerdo de aquel triste séquito, a cuyo paso, los que viven en íntimo consorcio con la tierra de aquellas vegas incomparables, descubríanse con respeto y engrosando sus filas y echando al hombro la azada, entreveraban la ferviente oración, con el sencillo e ingenuo recuerdo de las virtudes de aquella que tantas veces había entablado con ellos amable y cariñosa plática, en el atrio de la iglesia o en las frescas umbrías de Arretén...
     Después de varios descansos, durante los cuales, las voces graves del clero y las agudas del triple de los niños de coro de la Colegiata, entonaron responsos, hizo alto el cortejo en la estación de Padrón, depositando el féretro en un coche ad hoc, galantemente dispuesto por la empresa ferroviaria.
     Poco después partía el tren con tan preciosa carga, que velaban, el virtuoso párroco de Padrón, señor don Antonio Calvo Troiteiro, y la comisión que había ido en su busca.
     Cuando la locomotora caminaba a pasos de titán por aquellos lugares, no muy distantes de la vacía huesa del cementerio de Adina, antojábasenos que la gloriosa muerta, al abandonar aquellas soledades que tan gratas le habían sido, dábales la eterna despedida desde el fondo de su ataúd con aquellos versos inmortales:
¡Padrón!.. ¡Padrón!
Santa María... Lestrove
¡Adiós! ¡Adiós!
J. T.

EN SANTIAGO

     A las cinco y media de la tarde era imposible el tránsito por el andén de la estación de Cornes. Invadido por completo por las Autoridades, Comisiones y por un numeroso público, ávido de presenciar la llegada del tren que conducía los restos de la inmortal cantora, ofrecía un aspecto imponente. A las seis menos cinco minutos un prolongado silbido nos anunció la llegada del convoy, y puso en silencio a aquella inmensa multitud... Poco después, era depositado el féretro en tierra, descubríanse todas las cabezas y los graves acentos del canto llano elevábanse al cielo, implorando la misericordia de Dios, para la que con acentos tan sentidos supo implorarla N´a Catredal, ´os pés d´a Virxe d´a Soledade... Santiago recibía los despojos de de su hija predilecta, con una oración, y antes de tributarle ningún otro honor, pedía para el espíritu, un día a él unido, el eterno descanso, la luz perpetua.
     Organizado el cortejo, púsose en marcha por el siguiente orden: Precedían a toda la fúnebre comitiva dos largas filas de niños del Hospicio con vela; seguía luego el Orfeón Valverde con su estandarte; y después el carro mortuorio donde iba la caja que encerraba los restos mortales de la autora de Follas Novas. Las cintas del ataúd eran llevadas por los Sres. D. Daniel Rey, en representación del Excmo. Ayuntamiento de Santiago; don Antonio Díaz de Rábago, por los gallegos residentes en Cuba; D. Salvador Cabeza de León, por la Sociedad Económica de esta ciudad y representando también La España Regional de Barcelona; D. Alfredo Brañas y don Máximo Leyes Posse, por las Juntas regionalistas de fuera de Santiago; D. Jesús Barreiro, por la de esta ciudad; D. Juan Barcia Caballero, por los escritores de Galicia; y D. Adolfo Mosquera, en nombre del cuerpo escolar compostelano.
     Inmediatamente detrás del carro mortuorio marchaba el clero con la cruz, presidido por el distinguido cura párroco de Santa María del Camino Sr. Ituarte, y la orquesta que, organizada por nuestro buen amigo el entusiasta gallego y notabilísimo músico Sr. Lens, concurrió gratuitamente al acto que reseñamos, dando un ejemplo de patriotismo y abnegación que jamás agradeceremos bastante. Con exquisita afinación y maestría incomparable, entonó durante el trayecto el Miserere del maestro Tafall, cuyas notas tristes y solemnes repercutían en nuestro corazón llenándolo de tristeza.
     Después de un coche de respeto, enlutado, sobre el que lucía la hermosísima corona de flores naturales dedicada a Rosalía Castro por nuestro colega de la Gaceta de Galicia, corona de un metro de diámetro, y que ha sido, con justicia, objeto de unánimes y entusiastas elogios, seguían Bomberos voluntarios, con su vistoso uniforme y llevando la bandera; los estudiantes de todos los centros docentes de Santiago en masa: directores y redactores de los periódicos locales Gaceta de Galicia, El Pensamiento Galaico, El Pañis Gallego, El Fin del Siglo, y El Ciclón, y representantes de El Obrero de Pontevedra; el Excmo. Sr. Rector de la Universidad; el Ilmo. Sr. Presidente de la Audiencia, la Sociedad Económica y el Recreo Artístico e Industrial en Corporación; y Comisiones numerosísimas del Ayuntamiento de Conjo, Universidad de Santiago, Audiencia, Colegio de Abogados; Profesores y alumnos internos del Seminario, Casino, Administración Subalterna, Correos y Telégrafos, Banco de España, Caja de Ahorros-Monte de Piedad, Cámara de Comercio, Escuela de Artes y Oficios, Escuela de Veterinaria, Normal, de Sordo-mudos, Real Cofradía del Rosario, Juzgados de 1.ª instancia y municipal, y en fin de todos los Centros y Sociedades que en esta ciudad existen. Presidían el cortejo formando el duelo, los señores D. Ramón de Andrés García, Alcalde de Santiago, quien llevaba a su derecha al Excmo. Sr. D. Julián García Reboredo, general de brigada y y delegado expresamente por el Excmo. Sr. Capitán general de Galicia, para que le representase en este acto; y al Ilmo. Sr. D. Ramiro Rueda Neira, Director de la Sociedad Económica; y a su izquierda al muy ilustre Sr. D. José María Portal, en representación de la familia de la finada; al Excmo. señor D. Joaquí Díaz de Rábago, Director del Banco de España y de la Escuela de Artes y Oficios, y representante de los gallegos residentes en Cuba; y al Sr. Calvo Troiteiro, párroco de Padrón, que vino acompañando el cadáver y llevaba en el duelo la representación del clero y pueblo padroneses. Cerraban la comitiva la música de Beneficencia ejecutando marchas fúnebres, un piquete de la guardia municipal y numerosos coches de respeto.
     Es imposible dar idea del gentío que se apiñaba para contemplar el paso del cortejo. Hacíase a veces dificilísimo el tránsito a éste por entre la apretada multitud que ofrecía un aspecto imponente. Bien puede decirse que jamás Santiago presenció espectáculo tan conmovedor y de proporciones tan colosales.
Bonaval, lugar en el que descansa Rosalía desde 1891.
     Al paso de la comitiva todos los comercios se cerraron en señal de duelo. Al llegar aquella a la plazuela de la Universidad detúvose el carro mortuorio delante del templo de Minerva. En toda la extensión que abarcaba la vista desde los balcones de éste, no se divisaba más que un inmenso mar de cabezas humanas, sin que ni un insignificante espacio quedase libre. A pesar de que miles de personas ocupaban la plazuela citada y la contigua del Instituto y las calles adyacentes, tan pronto se detuvo el fúnebre cortejo reinó un silencio sepulcral. El Orfeón Valverde dejó oír sus voces; y la hermosísima composición de Stradella, Pietá, Signore! hizo asomar las lágrimas a todos los ojos, y todos los que escuchábamos arrobados las bellísimas armonías, a maravilla interpretadas por el Orfeón, unimos nuestros deseos, nuestros corazones al religioso coro, y con toda efusión dirigimos también piedad, Señor, para el poeta! Ya hemos dicho que el Orfeón interpretó a maravilla el Pietá; no nos extraña, pues sabemos de lo que es capaz la batuta de Valverde, cuando cuenta con elementos de tanta valía como los que ha logrado reunir, formando una masa coral que está llamada a alcanzar triunfos envidiables.
     El alumno de la facultad de Derecho Sr. Requejo, leyó con voz potente y clara, una hermosa composición dedicada por el Cuerpo escolar a Rosalía; y una comisión dedicho Cuerpo depositó sobre el féretro preciosa corona de flores artificiales. Una lluvia de coronas de laurel cayó desde la escalinata sobre la caja que contenía los preciados restos; y poco después la comitiva seguía su interrumpida marcha.
     Alas ocho y media llegó a Santo Domingo. En la calzada que conduce a esta iglesia aguardaban al cortejo muchos estudiantes con hachas encendidas, y tendidos en dos filas a lo largo de dicha calzada, ofreciendo un aspecto tan extraño como hermoso, las luces de las hachas brillando entre la multitud. Al entrar en el templo, el clero y orquesta entonaron el Miserere, y el orfeón volvió a cantar con igual maestría que la primera vez. La caja fue colocada en medio del sencillo catafalco que se levantaba en el centro de la iglesia; y la multitud invadió ésta, acompañando con sus oraciones los severos y hermosísimos cantos de la Religión.
S. C.

EL ACTO FÚNEBRE EN SANTO DOMINGO

     Hallábase el hermoso templo de Santo Domingo severamente adornado con gasas negras y blancas que colgaban formando elegantes ondas en los intercolumnios de la nave central. En el altar mayor, cubierto todo él con un gran cortinaje negro veíase un crucifijo alumbrado por cuatro velas amarillas.
Gala Murguía junto a la tumba de su
madre. Década de 1950.
     Sobre sencillo túmulo, rodeado de blandones que ceñían lazos de gasa negra, estaba colocado el féretro. En derredor había multitud de coronas de laurel y escalando el catafalco las hermosas artificiales enviadas por la Lliga de Catalunya, por la Sociedad Económica, por el Comité Central regionalista, por los Comités de Orense, Lugo, Vigo y Tuy, por el viudo de la ilustre poetisa señor Murguía, por sus hijas, por el Ayuntamiento de Padrón, por el cuerpo de Bomberos voluntarios, por los señores Martínez Salazar y Carré de la Coruña, por los Escolares de la Universidad gallega, y por el Recreo Artístico de Santiago. Además llamaban poderosamente la atención la gran corona de flores naturales, de más de un metro de diámetro, tributo rendido a la memoria de Rosalía por la redacción de la Gaceta de Galicia, y la ofrecida por la Rondalla regionalista, ambas ideadas y compuestas por los jardineros del Municipio y por el de la Excelentísima señora Duquesa Medina de las Torres, que han sido justamente felicitados.
     La misa de réquiem fue celebrada por el señor don José Seárez, Canónigo Tesorero de la S. M. I. Catedral y pariente de Rosalía Castro. Como Ministros asistían al celebrante el Canónigo D. José Martínez y el Beneficiado D. Francisco Castro, todos hijos de la tierra gallega.
     Formaban el duelo los Excelentísimos señores don Julián García, en representación del Capitán general, don Joaquín Díaz de Rábago por la Colonia gallega de Cuba, el Ilustrísimo señor don Ramiro Rueda, por la Sociedad Económica, el señor don Ramón García, Alcalde de la ciudad, y el Muy Ilustre señor don José Mª Portal, Lectoral de nuestra Basílica, en representación de la familia del señor Murguía. Detrás de estos señores se hallaba el Comité Central Regionalista representado en cocomisión por los señores Brañas, Cabeza León, Cacheiro y Barreiro.
     La Misa de réquiem para voces solas y contrabajos, obra maestra y clásica de un abuelo del señor Murguía, fue maravillosamente interpretada por la capilla que dirigía el eminente pianista y maestro compositor don Manuel Chaves. La difícil partitura fue ejecutada con singular acierto, hasta el punto de que los mejores artistas compostelanos y los dilettanti más distinguidos felicitaron por su acertada dirección al señor Chaves, y por el sorprendente efecto que tan notable Misa produjo en el público que invadía el templo.
     Las voces de Capilla, acompañadas después por la orquesta que dirige el popular e inspirado maestro don José Courtier, y en la que figura el conocido y aplaudido violinista Sr.Valverde, director del Orfeón de su nombre, cantaron dos solemnes responsos al terminar la Misa.
Esquela de agradecimiento. Gaceta de Galicia,
27 de Mayo de 1891.
     Luego la orquesta de cuerda que dirige el notable y joven violinista señor don José Curros, ejecutó brillantemente varias piezas clásicas entre ellas el famoso Angelus de Messenet, que se parece a un coro de hadas llorando la muerte de un ángel. La orquesta del señor Curros rayó a la altura de siempre, acreditando una vez más la justa fama de que goza.
     A las seis de la tarde se verificó la inhumación de los restos de nuestra egregia e inolvidable escritora en el precioso mausoleo de la capilla de la Visitación, que inmortalizará el nombre del artista gallego Jesús Landeira. Asistieron al acto los requirentes del Notario don Jesús Fernández Suárez, que levantó el acta solemne que en otro lugar publicamos, requirentes que fueron los señores Alcalde don Ramón de A. García, Díaz de Rábago, General García Reboredo, Rueda Neira y Portal, los testigos de la exhumación de los restos en Iria señores Tarrío, Pereiro Romero, Castiñeiras y Núñez González, representantes del Comité Central Regionalista, y don Alfredo Brañas y don Salvador Cabeza León, Vicepresidentes del mismo Comité, todos los cuales firmaron el acta notarial, documento que revestirá con el tiempo gran importancia histórica, necrológica y literaria.
     El señor Portal rezó un responso al caer la pesada losa de mármol que cerraba el sarcófago, y el pueblo compostelano apiñado ante la tumba de la excelsa cantora gallega, rindióle el último tributo rezando una plegaria con el alma y el corazón en los labios.
A. B. "

1 comentario:

  1. Parabens pola súa iniciativa, ten vostede un magnífico blog con verdadeiras xoias en forma de fotos, da nosa memoria.
    Un antepasado meu, o fervente republicano Alfredo Vilas, alcumado despóis "O Castelar galego" pola súa elocuencia, pronunciou un discurso ou salutación ao paso da comitiva fúnebre pola praza da Universidade, en frente á actual faculdade de historia. Non vin este documentado suceso nesta crónica, seguramente polo carácter conservador do xornal que a publicou, supoño.
    O dito, gracias polo traballo deste blog.

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